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07 septiembre, 2007

Una mirada Histórico-Antropológica del consumo de Drogas

Santiago Candia Albornoz.
Asistente Social, mención Familia
Licenciado en Trabajo Social



“ Salvo los alimentos, nada hay sobre la tierra tan
íntimamente asociado a la vida de los pueblos, en
todos los países y tiempos”
Louis Lewin,
Phantastica

El consumo de drogas no es un fenómeno que se haya dado sólo en nuestra sociedad actual. Es una manifestación que existe desde el comienzo de la humanidad. Ahora, ¿cómo este fenómeno se convierte en un problema social?
Necesariamente tenemos que recurrir a una mirada antropológica de la historia de las drogas que nos permita tener una visión integral de lo que el fenómeno ha sido a lo largo de la historia del hombre. He aquí una pequeña pincelada al respecto.
Hacia 1900 todas las drogas conocidas (opio, cáñamo, morfina, heroína, cocaína, entre otras) se encuentran disponibles en farmacias y droguerías de Europa, Asía y América. La propaganda que acompaña a esos productos es igualmente libre. Hay adicción, sin embargo el fenómeno en su conjunto no es un asunto jurídico, político o de ética social.

En el principio
Retrocediendo milenios, “la utilización de drogas desde el origen de los tiempos, ha sido considerada un don divino, de naturaleza fundamentalmente mágica, puesto que poseen la facultad de afectar el ánimo de los individuos” . Las primeras civilizaciones en lo que hoy es Europa, el medio y extremo Oriente, consumían y tenían plantaciones de opio y cáñamo. El uso de hierbas solanáceas alucinógenas –beleno, belladona, daturas y mandrágora- esta asociada al contacto con los dioses y usadas con los médiums –brujos, chamanes-, y cuyas plantas se atribuyen fenómenos de levitación, proezas físicas, delirios, telepatía y por supuesto el contacto con los dioses y la sanación del cuerpo .
En América éstos arbustos y plantas no son conocidas sino hasta la llegada de los conquistadores. Sin embargo existen las hierbas de la especie Brugmansia, y el tabaco (solanácea psicoactiva) y luego el peyote (alucinógeno) que son utilizados por las primeras civilizaciones en América con fines recreativos, religiosos y terapéuticos, así como en ritos de pasaje, tabacos de mayor o menor potencia se mascan, liban, fuman y beben en todo el continente. El arbusto de coca es originario de los Andes y fue usado con usos terapéuticos, físicos y religiosos por las culturas andinas. Sin embargo su uso tiene un fin concreto en estas culturas: no la de producir trances de posesión o viaje, sino de rendimiento en las labores diarias ya que este arbusto tiene en su efecto genérico el inyectar más energía, que faculta para comer menos y trabajar más .
El caso de las plantas y arbustos productoras de alcohol se destacan en todas las civilizaciones primigenias, antiguas, medias y actuales en todo el mundo. Al hombre primitivo recolector, “bastaba masticar algún fruto y luego escupirlo; la fermentación espontánea de la saliva y el vegetal producirá alcohol de baja graduación” . Sin embargo con el progreso de las culturas, se establecen también una mejora de las técnicas de fermentación de vides, cebadas y otros arbustos y frutos para obtener alcohol de baja y media graduación.

En el mundo Griego y Romano
Ahora bien, hay un cambio en la visión de las drogas en general con la civilización griega: las drogas ya no son cosas sobrenaturales, sino substancias que actúan enfriando, calentando, secando, humedeciendo, contrayendo y relajando, o haciendo dormir. Hay una visión hipocrática –que presenta la enfermedad y la cura como resultado de procesos naturales- en el uso de las drogas: en su naturaleza está curar amenazando al organismo. Lo esencial en cada una es la proporción entre dosis activa y dosis letal, pues sólo la cantidad distingue al remedio del veneno. Los griegos percibieron el fenómeno que hoy llamamos tolerancia, aunque en vez de ver allí las huellas de un hábito indeseable vieron, más bien, un mecanismo de autoinmunización . Por lo tanto en la cultura griega no se satanizaba a las drogas ni tampoco se las exaltaba; las consideraba como parte de un continuo en la vida de todo ciudadano griego.
Al igual que los griegos, el mundo romano definía droga como una “palabra indiferente, donde cabe tanto lo que sirve para matar como lo que sirve para curar, y los filtros de amor, pero ésta ley sólo reprueba lo usado para matar a alguien” (Lex Cornelia). El consumo de flores de cáñamo hembra (marihuana) en tiempos de los cesares era habitual para incitar la hilaridad y el disfrute, y también el consumo de opio pero preferentemente opio puro en terapia agónica y como eutanásico. Dioscórides describe al opio, en su tratado farmacológico más influyente en la antigüedad “Materia Médica”, “como algo que quita totalmente el dolor, mitiga la tos, refrena los reflujos estomacales y se aplica a quienes dormir no pueden”. Es un fármaco que cuya demanda excedía la oferta .
Todo este consumo en la sociedad griega y romana, no crea problemas de orden público o privado. Aunque se cuentan por millones, los usuarios regulares de opio no existen ni como casos clínicos ni como marginados sociales. La costumbre de tomar estas drogas no se distingue de otras costumbres, y de ahí que no existe en el latín expresión equivalente a “opiómano” u otro similar.

La era Cristiana
Con la cristianización del imperio romano, la visión de las drogas cambia: el alivio de la rigidez, la relajación inducida por la ebriedad o por el opio o el cáñamo, había sido para los ciudadanos romanos (paganos desde el cristianismo) uno de los grandes dones Dionisiacos, admitido también por el Antiguo Testamento, y cambia radicalmente con el cristianismo: había que liquidar todo estímulo a conductas relajadas. La formalización del rito eucarístico comenzó reduciendo a símbolo el ayuno, para luego reservar el vino al sacerdote. Esto permitió retener al núcleo de todas las religiones naturales –que es comer y beber del Dios-, descartando al mismo tiempo las substancias que aseguraban un trance psíquico muy intenso. De aquí en adelante en la era cristiana, en vez de caer en el trance, lo que se exige es querer creer, tener fe. Aunque los sentidos no hayan notado diferencia antes ni después de tragar la hostia bendita, la fe consuma el milagro de tener a Dios dentro en forma física. Todos los otros ritos mistéricos del Mediterráneo pasan a ser tratos con potencias satánicas, sometidos a estigma. Dios no tendrá ya nada de misterio vegetal y multiplicidad: será uno y trascendente, como la propia autoridad de la fe .
Para el pagano la euforia, tanto positiva (por obtención de felicidad) como negativa (por alivio de dolor), constituye un fin en sí. La euforia es sencillamente terapéutica, sana. La fe cristiana desea, en cambio, una medida considerable de aflicción, porque el dolor es grato a Dios mientras mortifique a la carne . El saber pagano y en especial el relativo a las drogas se considera contaminado de brujería. En plena Edad Media, hacía fines del siglo X, cuando la Iglesia y el Imperio son una unidad sin fisuras, el uso de “plantas diabólicas” es traición a la fe cristiana; emplear drogas con fines terapéuticos puede ser sinónimo de herejía . El droguero es un mago, y la magia está prohibida: esta es una de las causas, de la pérdida del conocimiento médico y farmacológico que venía con la cultura grecorromana durante la Edad Media y que resurge con las traducciones de los tratados de los sabios clásicos, al final de ésta época.
Sin embargo, son las “brujas medievales” quienes experimentan con diversas plantas en infusiones o ungüentos para poder tener experiencias de placer y vitalidad o caer en trance visionario, relacionado, en parte, con el goce erótico. Para ello se apoyan, desde luego, en sustancias psicoactivas: las formulas de estas preparaciones no sólo contienen haschisch, flores de cáñamo hembra, opio y solanáceas, sino ingredientes como DMT o dimetiltriptamina (encontrada en la piel del sapo) o harina contaminada por cornezuelo (que contiene amida del ácido lisérgico o LSD) . Con esa variedad de substancias, y la potencia que deriva de sus mezclas, un brujo o bruja europea competente, podía inducir variados trances, orientado hacia fines de ensoñación y éxtasis solitario, inaugurando un comercio subterráneo de untos y brebajes entre una parte de la población.
Ahora bien, la superación de ésta época en términos de casa de brujas incluía dos partes. “Primero era necesario reducir lo reputadamente sobrenatural o algo prosaico, como las propiedades de ciertas plantas. Luego era preciso mostrar que lo prosaico presentaba gran utilidad para todos, siendo pura y saludable medicina” .

Época moderna
Con el Renacimiento, la unidad de la Iglesia e Imperio empieza a desintegrarse en varios Estados nacionales, y ya la idea tradicional de autoridad ha sido erosionada por el racionalismo y la ilustración. Entre otras muchas cosas, el estudio químico toma cierta importancia: a éstas alturas gran parte de los médicos “alquimistas” recetaban opio a sus pacientes en forma terapéutica. No obstante, siendo el opio muy utilizado por gran parte de la población, no existen indicios de “opiómanos” que hubiera que controlar.
Entrado el siglo XVIII, suplantar el juicio del adulto en materias de conciencia –alegando hacerlo por su bien- parece cada vez más indefendible, y aunque las monarquías absolutas sueñen con un reinado perpetuo, el espíritu moderno está sentando las bases de democracias parlamentarias, incompatible con la caza de heterodoxos religiosos. Esto significa que las drogas del “paganismo” emergen a la luz del día, amparadas ahora por médicos, boticarios y químicos. El primer preparado del opio –barato y que por lo tanto estuviese al alcance del pueblo- a estas alturas fue el láudano, utilizado por las cortes reales europeas (personajes cómo Pedro el Grande y Catalina de Rusia, Federico II de Prusia, María Teresa de Austria, Luis XV y XVI fueron asiduos de éste preparado) y por una gran parte de la población . Un siglo más tarde, al igual que los vinos y licores, las familias tenían elixires para la tos, grageas para los nervios, láudanos y tés opiados para el insomnio. Aunque estos productos fuesen marcadamente psicoactivos, sólo se tomaban como medicinas en sentido pagano, esto es como un modo de combatir molestias y sentirse mejor.
Sin embargo, el aumento de la demanda, hizo escasear el producto. A mediados del 1800, el Imperio Británico establece una línea de comercio de opio con China, que por diversas controversias se culmina con la “Guerra del Opio”, para así de éste modo favorecer la balanza comercial de Inglaterra y quedarse con el dominio de ésta droga. Ahora bien, fueron los ingleses quienes se plantearon en sus colonias, el estado de consumo del opio. Es así que a finales del 1800 el 5% de la población total en India era usuario regular del opio (Royal Commission on Opium). Sin embargo no planteaba problema sanitario o criminal, de ahí que concluya dicho informe que “hay un uso habitual y moderado que carece de inconvenientes para la salud y bienestar” de la población .
Ya para estas alturas, la química realiza avances sensacionales. Combinados con la conveniencia comercial, esos hallazgos resucitan la idea de drogas perfectas, encarnadas por sucesivas substancias que irán proponiéndose como versiones modernas y superiores de los antídotos antiguos. Se han descubierto los principios activos –los fármacos puros- de distintas plantas, en una sucesión que comienza con la morfina (1806) para seguir con codeína (1832), atropina (1833), cafeína (1841), cocaína (1860), heroína (1883), mescalina (1896), barbitúricos (1903). Ya no era preciso transportar masas vegetales corruptibles de un sitio a otro, porque en un maletín cabían hectáreas de cultivos . Tampoco habría las incertidumbres derivadas de concentraciones desiguales en distintas plantas, pues la pureza permitía dosificar con exactitud, multiplicando los márgenes de seguridad para el usuario. Las drogas dejaron de ser vegetales más o menos mágicos, ligados a ritos y aspectos. Sus principios –casi siempre compuestos alcalinos o alcaloides, formados básicamente por carbono, hidrógeno y nitrógeno- se comprendieron como elementos nucleares de la substancia orgánica, libres de énfasis mítico.

En el siglo XIX
Con plena civilización industrial, un periodo de cambio, tensión y feroz competitividad en nombre del progreso, es natural que exista insomnio, neurosis y abatimiento; comenzaba también una crisis de fe religiosa y autoridad dentro de la familia tradicional, que propiciaba en algunos la nostalgia hacia viejos tutores y tabúes, mientas otros caían en el desarraigo, incapaces de adaptarse al pasado tanto como al presente. Justamente entonces –mientras suceden las revoluciones y restauraciones políticas, procesos de independencias y emancipaciones, pero por sobre todo la transformación tecnológica del mundo- los ojos se vuelven con entusiasmo hacia las drogas con influencia sobre el ánimo .
Es común por estas alturas, que ciertas drogas se vendieran en envases dobles junto al ácido acetilsalicílico (aspirina). Es así que, la heroína se vendiera conjuntamente con ésta, en recipientes dobles, favoreciendo a que aquella pequeña fabrica de colorantes de F. Bayer se convirtiera en un gigante químico mundial como lo es hoy en día. Pasando por alto su capacidad para producir dependencia, el prospecto de Bayer sobre el producto era el siguiente: “adormece todo sentimiento de temor. Incluso dosis mínimas hacen desaparecer todo tipo de tos, hasta en los tuberculosos...”
Incluso en la comercialización de la cocaína, la propaganda resulta más intensa que el de la morfina o la heroína pues pasa por “alimento para los nervios”. Incluso químicos y farmacéuticos connotados como Parke Davis y Merck, se disputaran la aprobación de Sigmund Freud –tenaz investigador del fármaco- para que éste loara el producto producido por ambos .

Persecución y puritanismo
Como se ha dicho en párrafos anteriores hacia comienzos del siglo XX, todas las drogas conocidas se encuentran disponibles en farmacias y droguerías, tanto en Europa, Asía y América. La propaganda de los fármacos es igualmente libre. Hay adictos al opio, la morfina, la heroína y la cocaína, pero el fenómeno en su conjunto –los usuarios moderados y ocasionales- no llama la atención de los jueces, políticos o de la Iglesia. Sin embargo hay voces de protesta, convencidas de que la libertad imperante es un problema. El uso de substancias psicoactivas, se considera vicio incluso allí donde resulta ocasional y prudente. La vigorosa reacción puritana en Estados Unidos, que mira con desconfianza las masas de nuevos inmigrantes y las grandes urbes. Las distintas drogas se ligan ahora a grupos definidos por clase social, confesión religiosa o raza; “las primeras voces de alarma sobre el opio coinciden con la corrupción infantil atribuida a los chinos, el anatema de la cocaína con ultrajes sexuales de los negros, la condena a la marihuana con la irrupción de los mexicanos, y el propósito de abolir el alcohol con inmoralidades de judíos e irlandeses” . Tanto es así que en la Conferencia Misionera Mundial de 1900, el gobierno de los EE.UU. propone celebrar el inicio del segundo milenio cristiano con “una cruzada civilizadora internacional contra bebidas y drogas”; su fin es una política “de prohibición para razas aborígenes, en interés del comercio tanto como de la conciencia”. Sin embargo, ya en 1919 en un anexo al Tratado de Versalles, el Convenio de la Haya sustenta que es “un deber de todo Estado velar por el uso legítimo de ciertas drogas” .
En 1905, cuando aparecen las primeras discursos de alarma, el Congreso norteamericano encargó un estudio para evaluar el número de “habituados” al opio y cocaína en EE.UU.: las conclusiones fueron que cerca del 0,5% de la población de entonces era consumidor habitual de dichas sustancias. Sin embargo, en el mismo estudio no hay conclusiones sobre muertos por sobredosis, ni delitos asociados al consumo. Estos “habituados” eran mayoritariamente personas de mediana y tercera edad, bien integradas social y laboralmente , que habían empezado a consumir dichas drogas por recomendación médica y llevaban una o varias décadas usándolas.
Ya en 1919, con una gran campaña puritana, la nueva legislación represiva impulsa las conductas delatoras; surge el mercado negro y con ello el cambio de las clases consumidoras: ahora empieza a concentrarse en gente muchos más joven y pobre, en muchos de ellos con historial penal delictivo. Con leyes tan represivas y premiando la delación para acabar con la venta de algunas drogas sin un fin eminentemente terapéutico (opio y morfina), y el alcohol (ley seca), en 1932, “ a doce años de vigencia, el precepto ha creado medio millón de nuevos delincuentes y una corrupción en todos los niveles”, familias y organizaciones gansteriles controlan no sólo el tráfico sino que tienen influencias y corrompen algunos sindicatos y organizaciones políticas .
Viendo que el remedio fue peor que la enfermedad, al año siguiente se deroga la ley seca; es entonces cuando las organizaciones criminales deciden terminar con sus rivalidades de los años anteriores y cambian de producto, del alcohol a otras drogas, aprovechando la prohibición vigente para algunas de éstas. Sin embargo la cocaína se deja de lado pues ese mismo año se produce la comercialización de la anfetamina –un estimulante mucho más activo, de venta libre en farmacias- y la morfina, pues es de consumo preferente de sectores pudientes y ligados al “orden”. Sin embargo la legislación norteamericana decide ilegalizar la producción y venta de heroína –usada hasta ese momento como tratamiento para la cura de opiómanos y morfinómanos- y es aquí donde las organizaciones criminales vuelcan sus energías.
Algo similar ocurre, en la mayoría de las sociedades occidentales. Sin embargo, en la década de los 40’, 50’ y hasta mediados de los 60’ el consumo de anfetaminas y barbitúricos es de uso masivo- sobre todo en personas vinculadas al periodismo, al mundo artístico incluso policial-.

En la segunda mitad del siglo XX
Con los nuevos fenómenos sociales, (expansión del socialismo, la contrapartida del capitalismo: la guerra fría), y fundamentalmente por la masificación de los medios de comunicación –como la radio en un principio y luego la televisión- poco a poco se vislumbra un cambio en las costumbres cotidianas. La irrupción del rock como fenómeno musical masivo de protesta frente a lo establecido (“sexo, drogas y rock & roll”), marca un hito para millones de jóvenes frente al mundo adulto. La masificación de la marihuana, la experimentación de otras drogas alucinógenas y de características visionarias o de viaje, eran aprobadas y deseadas por algunos investigadores universitarios; esto como una forma de rechazar las normativas represoras, y las luchas fratricidas en contra de la humanidad, una forma de buscar el propio destino –búsqueda en definitiva de sentido- .
Al respecto, estas conductas de consumo con éste tipo de drogas, permiten en definitiva, refugiarse “en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad” . Las drogas cumplirían un carácter benéfico en la lucha por la felicidad y en la prevención de la miseria existencial que estaría arraigado no solo en los individuos que consumen drogas sino en todo el inconsciente colectivo libidinal de los pueblos .
Tal como hoy las condiciones existenciales se suscitan cotidianamente, el diario vivir nos resulta demasiado tedioso, nos ofrece excesivos sufrimientos y desilusiones -temor al desarraigo, consumismo, pérdida del sentido, crisis en los valores tradicionales de familia-. Para poder afrontarla necesitamos necesariamente paliativos. Freud nos plantea que estos lenitivos para soportar la vida la compone una trilogía: las diversiones vigorosas, que hacen parecer diminuta nuestra miseria; las satisfacciones sustitutivas que la comprimen y los narcóticos que nos vuelven insensibles a ella . Al parecer nuestra realidad nos hace inclinar que es ésta última la que predomina en nuestra sociedad, y deja de ser un problema particular, sino que se convierte en un fenómeno social que rompe las barreras de clases, sociedades y culturas, todo esto amenizado por una fuerte implicancia del tráfico de dichas sustancias que provocan corrupción inevitablemente en todas las instancias del estado y de la sociedad civil.








BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

1. Candia; Farías; Soto.: “El Discurso de los jóvenes consumidores habituales de drogas y su contexto familiar: una mirada desde el Trabajo Social”. Seminario de Grado. UCBC, Santiago, 1998.

2. Escohotado, Antonio: “Las drogas. De los orígenes a la prohibición”. Alianza Cien Editorial. Madrid, 1994.

3. Escohotado, Antonio: “Historia de las Drogas” tomo 1, 2 y 3. Alianza Editorial, Madrid, 1995.

4. Freud, Sigmund: “El malestar en la cultura”. Alianza Editorial. Madrid, 1993.

5. López R.; Lozano F.: “Las culturas y las drogas” en “Historia Universal”. CECSA. Ciudad de México, 1972.